A veces, no significa un “sí” o “no” rotundo, simplemente, cambiaste de opinión. 

Decidí cambiarme de trabajo, decidí que ya no quiero ir a ese gimnasio, decidí que no me quiero casar, decidí que prefiero quedarme acá, decidí que estoy bien así, decidí que quiero pasar esas fechas contigo, decidí que no me gustó esa comida, decidí que quiero volver a intentarlo o decidí que no quiero… 

Esas son frases que cualquiera de nosotros diría o algo que escucharíamos más de una vez (o incluso, en menos de 5 minutos). Así de cotidiano. Cambiamos de opinión, de sentir o de pensar. Eso no está mal. Es natural y se vale. 

Se vale decir que sí, y luego que no. Se vale decir que no, o que mejor sí. Se vale animarse y equivocarse. Se vale arriesgarse. 

Retomo esta sencilla reflexión con base en ideas propias y otras que confieso, también escuché.

Hace días le daba vueltas y vueltas a un tema de lo más simple… como si fuera a tener un impacto significativo. Con la persona con quien conversaba me dijo “bueno, y si no es lo que piensas, buscas otra opción, todos estamos constantemente haciendo eso”. Al escuchar como esta persona lo veía como algo tan fácil, y yo lo complicaba sin necesidad, recordé cómo nos ahogamos en un vaso de agua. Hacemos complejo algo que no lo es. Pero reconozco, habrá sus excepciones. 

Y para esa persona que hace días me confió una noticia de un cambio radical en su vida y con su pareja. Este es un recordatorio de que no le debemos explicaciones a nadie. Tenemos que confiar en nuestro sentir, y buscar lo mejor para cada uno. Si esto conlleva decisiones que tendrán cambios, por decirlo así, más radicales como consecuencia, entonces, vamos trabajándolos paso a paso. Que mientras haya vida, todo se puede. 

Como lo dijo en su momento el artista Andy Warhol: “dicen que el tiempo cambia las cosas, pero en realidad es uno el que tiene que cambiarlas”.

Así que si hoy estabas pensando entre que si te animas, o no. Hazlo.