Dedicado con mucho cariño, con el merecido aprecio y respeto

 a una gran amiga, a su familia y a sus seres queridos.

En honor a ustedes, y por él. 

Mucha fuerza, amor y pronta resignación

Había mucho viento a esa hora, se vislumbraban también algunos relámpagos. Se veía un cielo azul grisáceo que iba oscureciendo. Estábamos afuera de la iglesia, uno de mis mejores amigos y yo, acompañando en esa tarde a una gran amiga, quien junto a su familia está viviendo una dolorosa pérdida y cambios repentinos. Esperábamos poder hablar con ella, y demostrarle nuestro afecto y apoyo. Durante este tiempo conversábamos de cómo es perder a un ser querido, esas situaciones tan complicadas… y por más que uno –se prepare– siempre son como un laberinto desconocido por sobrellevar. Hablábamos de aquellas frases que se quedan cortas en sentimiento. A veces aunque sí sepas qué y cómo decirlo, aun así es… difícil. No obstante, lograr estar ahí, acompañando y sintiendo ese abrazo, siempre le dará otro significado a las palabras.

Cuando se intenta pasar los días que parecen no tener fin, en noches que el insomnio sólo trae más lágrimas… el apoyo, la fuerza, la unión de los que nos rodean y la fe siempre serán necesarios. Nuestros orígenes, el “día a día”… todo parte de las interacciones del ser humano y de tradiciones. Naturalmente, cada objeto, cada aroma, hasta las palabras generan tristeza y mueven fibras sensibles cuando es notoria la ausencia de esa persona que irremediablemente extrañamos… Sin embargo, partiendo de esto obtenemos los buenos recuerdos. En mi caso, siempre tengo presente lo que he escuchado desde niña… y algo que mi madre repite hasta la fecha, aquello que mi abuelo Juan siempre decía: –“Recuérdenme con una sonrisa, cuando piensen en mí, piensen en mis chistes, mis historias […] sean felices, vivan todo, aunque yo ya no esté aquí”.

La vida es increíblemente tan efímera que olvidamos lo real de ello. Olvidamos que todos somos vulnerables en cuestión de segundos, y no tenemos un guion que nos asegure cuándo o cómo pasará, cómo será ese instante en que dejemos este mundo, qué sucederá con nuestros amigos, familiares o personas más allegadas, cómo fue, o lo que se deja en orden, lo inconcluso o lo que no se dijo…

Un día estás aquí, tan terrenal, tan visible, tan inmerso en una rutina, con tus prácticas diarias, y asegurando siempre un mañana para terminar aquél pendiente que has ido postergando… Y eso es lo normal, parecería tan sencillo… vivir la vida como es, con lo que venga, disfrutar el hoy… así… porque ese es el ser humano. Es parte de su esencia convivir con lo cotidiano. Definitivamente de eso se trata esto… y también de estar conscientes, despiertos y hacer lo mejor por aprovechar el tiempo prestado.

Pero no me malinterpreten, porque no quiero hablar de vivir con miedo o con la preocupación constante del peor o posible escenario. No es ahí a donde quiero llegar. Lo que realmente quiero, es recordar que estamos aquí para atesorar buenos momentos, con la compañía adecuada, equivocándonos de vez en cuando (o quizá mucho más…) aprendiendo a superar los obstáculos, como cada uno requiera… experimentando de forma constante; Mientras tengamos la oportunidad de ampliar nuestros recuerdos, memorias y este recorrido del que se nos permita seguir siendo parte.

Hace días, me lo recordó una persona única, de esas que te dicen la cruda verdad pero sabes que te quieren con el alma… alguien muy especial para mí, y la cito: –“No todo va a suceder como lo planeas, no va a ser cómo tu esperabas, ni las personas ni los hechos, no es cómo tú quieras o cuando tú quieras, y tienes que aprender a vivir y aceptar, respirar y entender, seguir e intentar no perderte. Inténtalo todas las mañanas, cuesta mucho pero… todo a su momento, sigues aquí, estás bien y así es esto…”– y por más renuente que yo sea, por más desesperada, intensa, obsesiva, etc…etc… por más agotador que me parezca, por más engorroso que lo sienta, y aunque algo de esas palabras pueda molestarme… tiene razón.  

Y este párrafo anterior, esa forma de ver la vida, a veces nos supera. Supera nuestras ideas, nuestros planes, nuestro sentir… y eso duele, lastima, causa aflicción, tristeza, negatividad o nos desmotiva… pero también causa otras sensaciones desconocidas de nuestro ser, que nos ayudarán a seguir. Todos hemos pasado por esos momentos difíciles de una forma u otra. Con la partida de un familiar, a través de un amigo o acompañando a ese ser querido en su duelo. Entiendo que cuando se vive de primera mano nada es igual. Por eso en esta reflexión hablo únicamente desde mis experiencias y mi perspectiva. Sin embargo, siempre con empatía.

En esta vida hay que tener fe, hay que creer en nosotros mismos, hay que escuchar a quienes nos acompañan en este camino. Abrazarlos… abrazarnos fuerte, tomar uno, o dos, o cuantos respiros sean necesarios. Cambiar lo que se requiera, adaptarnos y hacer lo que se precise para honrar a quienes no están aquí pisando esta tierra, pero si en nuestros pensamientos, en el corazón… Porque siempre serán una parte eterna de nuestras memorias… porque como decía mi abuelo Juan; vivan, acuérdense de lo bueno…de mí… y sonrían.